La Selección Argentina se disputaba un partido fundamental de cara a la búsqueda de la clasificación al mundial de Japón, Filipinas e Indonesia. Los dirigidos por Pablo Prigioni dominaron de principio a final y terminaron venciendo a Canadá 83 a 72 y acaricia el tan ansiado objetivo de estar en la cita más importante.
Pero todo este contexto tiene un protagonista principal. El héroe de la casa. El que volvía a Mar del Plata una vez más. El pibe que creció entre las canchas y la playa, después de haberse alejado de su ciudad natal. Desde el segundo inicial, Facu dejó en claro que el partido era suyo. Que en entre las paredes que lo vieron festejar y festejar, el final no podía ser otro. Y en parte (en una enorme), el volver es una consecuencia de acontecimientos que se destacaba por lo injusto. En una situación normal, Campazzo debería estar pensando en el juego que el Estrella Roja tendrá ante el Alba Berlín por Euroliga. Pero el destino, la vida, el básquet, las ganas de estar y, por sobre todas las cosas, la injusticia del deporte, hizo que esté acá.
Y no solo estuvo. Fue el dueño del partido. Los pibes (algunos de ellos viéndolo por primera vez en vivo) se agarran la cabeza, miran a los padres, a las abuelas, a la familia con la boca abierta. «Mirá lo que hizo», «No puede hacer eso», «Está loco»… frases de acá y de allá, en un Poli colmado, que volvió a bailar al compás de Facu Campazzo.
Los números podrían ser anecdóticos, pero no lo fueron. Anotó un doble doble más. 13 puntos (con un mal 0/7 en triples, 4/5 en dobles y 5/6 en libres. Bajó 4 rebotes, repartió 11 asistencias y entre tantos dolores de cabeza al rival, manoteó 2 robos. Totalizó 18 de valoración, en los 32 minutos que estuvo en cancha. Pero por sobre todas las cosas, se divirtió y, una vez más, fue feliz con los suyos. Que lindo es tenerte, Facu. Que lindo es que seas argentino.
Foto: Marcelo Endelli | FIBA