Cuando era pequeño un pandillero casi lo asesinó. Su hermano y su mamá fallecieron de cáncer. Pasó por la depresión, el descontrol de la ira y un oscuro pasado en su barrio. Casi lo perdió todo. Una decisión cambió su vida.
Al ver a un hombre en bicicleta con una campera negra con capucha unos niños empezaron a lanzar piedras y lo celebraron chocando las manos y riéndose después de que lograron tirar al tipo al suelo.
Pero cuando Marcus volvió a mirar, lo único que vio fue la bicicleta.
“¡Te voy a matar!”
Marcus y su amigo saltaron por encima de la baranda del segundo piso, aterrizando con fuerza en el hormigón de abajo. El hombre los siguió rápidamente. Impulsado por la adrenalina y el miedo, Marcus corrió más rápido que nunca en el campo de fútbol y en la cancha de básquet, zigzagueando por los rincones del barrio hasta llegar a un complejo adyacente, The Meadows.
Detrás de Marcus, los pasos y la voz amenazante se hicieron cada vez más fuertes. La promesa de muerte no cesaba. El pequeño iluso no sabía que el hombre era un miembro de la banda callejera Bloods. Y hasta que no miró hacia atrás en los pasillos poco iluminados, no supo que el objeto que sostenía el señor en la mano era… una pistola cargada.
Cuatro disparos. El tipo estaba a 15 metros.
«¿Voy a morir? ¿Es así como voy a morir? ¿Qué va a hacer si me atrapa pero no me dispara?»
La cabeza de Marcus estaba en un lugar oscuro, como él en esa época. Sabía que se había convertido en otra cosa, un alma perdida quizás con apenas unos segundos de respiración. Con el corazón palpitando y empapado de sudor, respiraba de forma tan incontrolada que sentía que sus pulmones estaban encerrados en una cárcel.
Lo que lo llevó a este momento fue un trágico pasado que en ese entonces parecía no tener solución. Marcus se crió en una familia muy unida a pesar de las desgracias. Ahí estaba su madre, Camellia Smart, que iba a diálisis tres veces a la semana y que vivió con un solo riñón desde que, dice, un cálculo renal se comió el otro hace dos décadas.
También estaba su marido desde hace 38 años, Billy Frank Smart, el padre biológico de Marcus y Michael Smart. Y Todd, un prometedor jugador de básquet a quien los médicos le encontraron un tumor en el ojo a los 15, y Jeff Westbrook, que nacieron de un padre diferente décadas antes de que nacieran los otros dos.
Crecer con la familia presente lo fue todo para Smart y esa humildad que refleja en la cancha en la actualidad la trajo siempre. Un día, cuando Marcus tenía nueve años, Camellia vio que él llevaba al colegio unas zapatillas con agujeros y un pariente se ofreció a comprarle unas Nikes, pero él señaló otras zapatillas de 19 dólares en su lugar.
Y en diciembre de 2003, cuando Camellia le preguntó qué quería para Navidad, Marcus dijo una palabra: «Nada».
«En serio, cariño, ¿qué querés?» repitió Camellia.
«Mamá, no quiero nada», respondió Marcus. «Le pido a Dios que nos bendiga a mí y a mi familia para estar juntos en Navidad».
Junto a su familia durante las fiestas, Marcus recibió ese regalo.
Pero el 9 de enero de 2004, la tía de Marcus los llamó a él y a su primo para que entraran a jugar, les pidió que se sentaran y les dio con lágrimas en los ojos la noticia que todos temían: Todd se estaba muriendo. La familia estaba en el hospital. Él la miró fijamente, contemplando su rostro, pensando que estaba soñando.
Y desde ese día nada fue igual.
Se levantó de un salto y salió corriendo por la puerta, dando un golpe tan fuerte que el cristal se hizo añicos. Su primo lo persiguió y lo tiró al suelo mientras Marcus gritaba. Luego, en el hospital corrió por un largo pasillo hasta que vio al resto de su familia, todos llorando.
Todd, a los 33 años y tras una batalla de 18 años contra el cáncer, había muerto.
La caída fue pronunciada para todos y su hermano Michael, de 19 años, que había sido un talentoso base en el instituto Lancaster, terminó cayendo en una espiral de pandillas, drogas y armas, afiliándose eventualmente a los Bloods.
Menos de un año después de la muerte de Todd, Marcus estaba en un torneo de la AAU cuando Camellia le avisó que Michael estaba en el hospital. Durante una gira de un mes de abuso de cocaína, esnifó tanto en una ocasión que se volcó en la casa y se lastimó el ojo.
Gary Westbrook, su tío, que quedó parapléjico tras recibir un disparo en la columna vertebral en un robo de coche, se bajó de la silla de ruedas para golpearle el pecho e intentar reanimarlo antes de llamar al 911.
No murió de milagro.
Mientras tanto, los problemas empezaban a agravarse para Marcus, cuya rabia se cocinaba a fuego lento. Después de perder a Todd, y casi a Michael, comenzó a rodearse de compañeros que exhibían carteles de pandillas y armas en las esquinas. «Me sentí realmente perdido. Definitivamente, cambié», contó en USA Today.
Se metía en un promedio de tres peleas a la semana, andaba con cuchillos y algún día iba a matar a alguien. O lo iban a matar. Exactamente eso ocurrió cuando el hombre de la bicicleta estuvo a punto de hacerlo. Marcus logró escaparse. Era la lección que necesitaba.
Un día no aguantó más. Se sentó a hablar con su mamá y charlaron de todo. Estaba deprimido y no sabía cómo lidiar con su dolor, por lo que la familia se mudó a Flower Mund, un suburbio de Dallas, y él empezó a tomar clases de manejo de ira. La vida era otra, mucho más tranquila que en su barrio anterior.
También Marcus canalizó su agresividad en el fútbol y luego en su deporte principal, el básquet. Los profesores le decían a Camellia lo impresionados que estaban de la humildad de Smart a comparación de otros atletas del estado.
Cuando ganaba trofeos o premios, los dejaba rápidamente de lado y recurría a YouTube para estudiar habilidades intrincadas como el juego de pies de Kobe Bryant. Y cuando llegaban las cartas de reclutamiento, no se detenía en ellas, sino que iba al gimnasio con Michael.
Escolta rankeando número uno en la nación en 2012, decidió irse a Oklahoma State para continuar su desarrollo y no decepcionó para nada. Promedió 15,4 puntos en la temporada 2012/13 y 18,0 en la 2013/14. Era una bestia defensiva y estaba listo para irse a la NBA.
Pero… Otra vez un pero…
Por culpa de algunos incidentes previos en Oklahoma State, como cuando pateó una silla contra West Virginia o en el partido que intercambió insultos con un fanático de Texas Tech, su cotización de cara al Draft no era la mejor.
A pesar de eso, los Celtics lo terminaron eligiendo en el pick seis del sorteo y la vida, al fin, tenía una buena noticia para él y su familia.
Aunque las malas volvieron a aparecer rápidamente y antes de la temporada 2018/19 su mamá no resistió más su lucha contra el cáncer y falleció a los 63 años.
Mucho después de que Smart diera el salto a la NBA, incluso luego de que firmara su ampliación de cuatro años y 52 millones de dólares, ella seguía llevando sus viejas y andrajosas camisetas de los torneos de AAU a la cancha. Nunca necesitó ser rica. Y sus brazos sostenían todo lo que Marcus necesitaba.
No importaba cuánta gente criticara su irregularidad en el tiro en suspensión, ella creía en él y le decía: «¡Tirá hasta que falles!».
Hoy Marcus juega por Carmelia, lleva un tatuaje de su hermano Todd y la familia sigue siendo todo para él. Cuando lo vean hoy en la cancha recuerden lo importantes que son sus seres queridos y traten de tenerlos cerca siempre.
Vayan a darles un abrazo, díganles cuanto los quieren.
La vida es corta y hay que vivirla con pasión, aprovechando cada momento como el 36 de Boston.
Nota: Ignacio Miranda | Twitter: @nachomiranda14