Perdió de muy chico a su mamá y su abuela. Soñaba con ser una estrella de fútbol americano. Una lesión le hizo enamorarse del básquet y todo cambió. Su ética de trabajo lo llevó a lo más alto y ahora la está rompiendo en los playoffs de la NBA.
“Futuro McDonald´s All-American”
“Futuro jugador NBA”
Su destino estaba marcado en la pared con una Sharpie.
Su abuela casi pierde la cabeza cuando ve lo que su nieto hizo, pero su enfado es rápidamente anulado por el orgullo. «Te estás poniendo metas, jovencito. Espero que lo consigas».
Ella no ordena que se borren las palabras. Él tenía que cumplir sus objetivos.
Ese chico era Anthony Edwards y al crecer lo logró. Antes tuvo que pasar por cosas que ni siquiera él se imaginaba.
Todo comenzó cuando su papá le puso el apodo de Ant-Man. Pero creció oyendo hablar de su padre más que viéndolo. Los veteranos de la ciudad juraban que el Hombre Hormiga original podría haber sido el próximo Michael Jordan. “Si tuviera la cabeza bien puesta…”, es lo único que dijo el de Minnesota cuando en una entrevista en ESPN le preguntaron al respecto.
Edwards fue una estrella en ascenso desde muy joven… en el fútbol. Era fuerte, rápido, y corría con facilidad entre sus compañeros. No era nada para él hacer tres touchdowns por partido. Era más alto que todos y crecía más cada año. Sus pies y su edad iban de la mano.
La madre de Edwards, Yvette, y su abuela, Shirley, acudían a todos los partidos. Las dos podían llegar a ser muy duras con él.
«No sé qué te pasa, ¡pero será mejor que te pongas las pilas!»
«La forma en que ella decía las cosas te enfadaba hasta el punto de que querías hacerlo mejor», confiesa Anthony.
Según dicen, era el back número uno del país en ese momento. ¡Y tenía apenas nueve años!
Aún así, el básquet comenzó a despertarle curiosidad como el niño que prueba un dulce por primera vez en su vida.
Un día, Edwards decidió que no quería participar en un torneo de fútbol local. Su mamá le dijo que se vistiera de todos modos. Y, a las tres jugadas, un defensor se lanzó a sus pies y le rompió el tobillo. A partir de ese momento dejó ese deporte. Era todo lo que necesitaba para decidirse.
Cuando le quitaron la escayola, su otra pierna se había fortalecido tanto que podía empujarla y saltar más alto que nunca. Hizo una volcada por primera vez. La sensación de agarrar el aro fue estimulante. Era como si se hubiera encendido una luz y revelado un camino. Había nacido Ant-Man, la estrella que su padre nunca pudo ser.
Pero a medida que crecía su popularidad, la salud de su madre se fue debilitando y entró en un hospicio. Murió en enero de 2015. Poco después, el cáncer de la abuela volvió a aparecer y, siete meses más tarde, Edwards dio sepultura a la mujer más agradable que jamás había conocido.
Sebastián Wainraich en uno de sus monólogos de Casi Feliz dice que “la muerte debería dar una tregua, un descanso” y que “vivimos sabiendo que vamos a morir y es una experiencia insoportable, y cada tanto trae una prueba contundente como esta”. También propone que el sistema sea otro, “que no te puedas morir todo el tiempo, en cualquier momento”.
Lamentablemente, el método continúa siendo el mismo y Anthony vio como en un respiro perdió a las dos personas más importantes de su vida, las que lo desafiaban a ser mejor persona, lo cuidaban y amaban como nadie.
¿Cómo respondió?
“Haré que se sientan orgullosas”
Esas fueron las únicas cinco palabras que le dijo Anthony a su hermano Bubba.
A finales de ese verano, el tío de Edwards le presentó a Holland, un entrenador local que había trabajado con un puñado de prospectos de la División I. Anthony quería dejarlo después de su primer entrenamiento agotador, pero volvió y poco a poco se hizo adicto a la rutina. Se trasladó a Holy Spirit Prep, donde anotó 22,5 puntos por partido y llevó al equipo a un título estatal.
Ty Anderson, que asumió el cargo de entrenador principal en la temporada siguiente, vio a Edwards en un torneo en Virginia y se quedó impresionado. Tardó cinco minutos en darse cuenta de que no sólo sería el mejor jugador al que había dirigido, sino que también podría convertirse en el mejor con el que cualquiera de su familia había trabajado, y esa familia incluye a su abuelo, Lefty Driesell, el miembro del Salón de la Fama que ayudó a desarrollar a Len Bias en Maryland.
Anderson pensó aquel día que estaba viendo en Edwards a un joven Jrue Holiday. Hasta que esa comparación empezó a ser odiosa… para Anthony, que promedió 25,7 puntos y 9,6 rebotes durante su última temporada en el instituto.
Cuando Edwards llegó a Georgia, una universidad a la que llegó porque quería estar cerca de su sobrino recién nacido, el entrenador de fuerza, Sean Hayes, ya había escuchado historias sobre él.
Cuando Ant-Man entró en el gimnasio por primera vez, Hayes supo que el hype era real. La prueba vertical inicial de Edwards midió 39,5 pulgadas, lo que lo habría situado entre los diez primeros del Draft. «Dio dos pasos y se quedó flotando», contó en ESPN. Todos sus compañeros de equipo estaban asombrados.
En un mes y medio, Edwards llegó a medir 41,5 pulgadas.
Hayes, que trabajó tanto en la NFL como en la universidad, dijo en esa misma entrevista que sólo dos jugadores a los que entrenó tienen un atletismo comparable al de Edwards: el receptor Terrell Owens y el tackle ofensivo Jason Peters. Y todos los días terminaba sus entrenamientos de tres horas con una volcada de 360 grados.
Sin embargo, para ser una rata de gimnasio, sus nueve meses en la universidad estuvieron marcados por la inconsistencia. Promedió 19,1 puntos y 5,2 rebotes, pero apenas lanzó 29,4% de tres y las dudas acerca de su ofensiva eran tan grandes que podía escribirse un libro sobre ellas.
No era la elección número uno de consenso en un Draft que contaba con James Wiseman y LaMelo Ball, pero al expresidente de los Wolves, Gersson Rosas, le gustaba cómo podría encajar junto a Karl-Anthony Towns y D’Angelo Russell y admiraba la inteligencia y la ética de trabajo de Edwards.
La primera cualidad es algo que los que conocen a Edwards alaban.
«Es uno de los chicos más inteligentes con los que estuve. No lo sabrías, porque al principio no hablaba mucho. Una vez que empezás a tener conversaciones con él, te das cuenta de que se empapa de todo», contó Holland en Star Tribune.
Su ética de trabajo se extendía por todas partes en su vida. Si había una frase que salía repetidamente de todos los que hablaban de Edwards durante esa época, era: «Hacía lo que tenía que hacer».
¿Levantarse sin dormir para entrenar a primera hora de la mañana? Hizo lo que tenía que hacer.
¿Asegurarse de tener buenas notas para ir a la universidad en Georgia? Hizo lo que tenía que hacer.
«Sabía lo que tenía que hacer. Es un buen estudiante. Es súper inteligente. Capta las cosas muy bien»
Así fue que Minnesota finalmente lo seleccionó en el pick número del Draft 2020 y se llevó uno de los jugadores más honestos y prometedores de los últimos tiempos.
El 23 de diciembre de 2020, Edwards debutó en la NBA, anotando 15 puntos, cuatro rebotes y cuatro asistencias en 25 minutos. Luego, el 18 de marzo de 2021 consiguió 42 tantos y se convirtió en el tercer jugador más joven en lograr más de 40 unidades en la historia de la liga.
Sus críticos desaparecieron. Poco a poco.
Cuando se tiene en cuenta todo lo que vivió, es un final de ensueño. O quizás es el comienzo del cuento. Algunos viejos capítulos de su mundo están cerrados. Ahora sólo trata de navegar en él.
Ese mundo que soñó con su abuela en la pared de su pieza, mientras no se preocupaba por lo grande que era su casa y simplemente se la pasaba riendo, con ganas de estar con sus amigos, comer algo chatarra y jugar al fútbol o al básquet.
Para qué sufrir si se puede vivir. Elige risas mientras respira la brisa de una cornisa.
Está en playoffs y se divierte. La presión, al menos para él, no existe.
Nota: Ignacio Miranda | Twitter: @nachomiranda14