En el básquetbol, tanto a nivel formativo como profesional, esas preguntas suelen ser casi cotidianas y tanto jugadores como entrenadores, también dirigentes e incluso periodistas y público, las atraviesan periódicamente. Que se juega con una pelota distinta, que ayer se jugaba de una forma diferente, que hoy lo que sirve es jugar con cuatro bajos. Que el formato de competencia ha cambiado, que las condiciones de trabajo se modificaron, que ya no se puede ir a la cancha como visitante, o que bien no hay TV y sólo se verá vía streaming. Todos, en mayor o menor medida, nos adaptamos a los cambios.
Pero casi nadie en este deporte, a nivel profesional, se ha encargado de operar cambios tan drásticos de forma tan terminante como Riccardo Pittis. Su nombre suena conocido para aquellos que, entre la década del ’80 y el comienzo del nuevo milenio, leían su nombre en distintas crónicas del Pallacanestro, la Euroliga, incluso de competencias a nivel selección.
Desde muy chico, Pittis estuvo acostumbrado a los reflectores intensos que sólo las estrellas atraen. Jugador importante y diferencial de su generación (una generación que, entre otros, tenía a jugadores de la talla de Ferdinando Gentile, Andrea Niccolai, Davide Pessina y el primer italiano que llegó a la NBA, Stefano Rusconi), el milanés, nacido el 18 de diciembre de 1968, lideró el andar de Italia por los campeonatos europeos y mundiales en categorías inferiores. Contemporáneo de cracks como Toni Kukoc, Dino Radja, Vlade Divac y Sasha Djordjevic entre otros, fue aquella Italia uno de los equipos que más complicó a Yugoslavia por aquellos años a nivel continental y ecuménico, tanto a nivel junior (los balcánicos vencieron con dificultad a los italianos en el Europeo de Gmunden en 1986 en semifinales) como en etapa juvenil. La escuadra ‘plavi’ finalizó con gloria su andadura por categorías formativas con el recordado mundial de Bormio en 1987, mismo torneo donde la anfitriona, con Pittis como jugador importante, se alzaría con la medalla de bronce, el mejor resultado que se pudiera obtener para un equipo que no se llamara Yugoslavia ni Estados Unidos de América.
En paralelo, a este alero de 2,01m la exigencia profesional lo ponía en primera plana también a muy temprana edad. Como parte del mítico Olimpia Milano (por aquellos años, patrocinado por Tracer), debutó en el campo rentado con apenas 16 años, en un plantel plagado de estrellas: Dino Meneghin, Bob McAdoo, Mike D’Antoni, Roberto Premier, Ricky Brown, y Dan Peterson como entrenador. Aquel Tracer Milano, un equipo con sus figuras ya entradas en años, dio batallas épicas ante plantillas supuestamente de mejor calidad, a punto tal de ser doble campeón de Europa en 1987 (histórica finalísima) ante Maccabi Tel Aviv en Lausana, Suiza, y en 1988, ante el mismo rival en Gent, Bélgica.
En consecuencia, sin haber llegado a los 20 años, Pittis ya contaba con una medalla de bronce mundial en categoría para menores de 19 años, más dos Copas de Europa más tres ligas italianas (1985, 1986 y 1987), además de una Coppa Italia, una Copa Korac (1985) y una Copa Intercontinental (1987). Casi más títulos que años de edad.
Conforme varios de aquellos referentes históricos del Milano se fueron retirando, o bien cambiando de equipo en sus últimos años, la figura de Riccardo Pittis tomó otro perfil tanto dentro como fuera de la cancha. Como jugador era el fiel reflejo de lo que los norteamericanos llaman con acierto un “all around player”, o lo que por estas tierras se conoce como un “todo terreno”; podía hacer muchas cosas muy bien. Tal vez no destacara particularmente en ninguna, pero completaba los formularios del elemento de equipo que hacía de todo para ganar. Jamás sería la primera opción ofensiva de una plantilla, pero aportaba consistentemente medias por arriba de los diez puntos, reboteaba con intensidad, podía correr la cancha apropiadamente y era un excelente defensor. Quizá ésta sea la tarea en donde estadísticamente más sobresalía; rapidísimo de manos, era habitualmente de los primeros en el rubro de robos por partido, incluso liderando cuatro veces dicha estadística en la Euroliga a lo largo de su carrera.
El Mundial de Argentina 1990 sirvió para su debut en la ‘Azzurra’. Italia completó un mundial con sabor agridulce; perdió apenas un solo juego (al igual que el campeón Yugoslavia), pero la combinación de resultados con Brasil y Australia en la sede de Rosario lo mandó a jugar por el noveno puesto al Polideportivo Delmi de Salta. Allí superó a todos sin mayores dificultades para quedarse con una posición que fue bastante menos de lo que fue a buscar, más con Antonello Riva en plan superstar. Al año siguiente, y como local en Roma, Italia y Pittis consiguieron mucho más; fueron el eslabón final de la campeona Yugoslavia, en el último torneo que dicho país jugaría como nación unificada. Un subcampeonato europeo en su casa y ante el candidato de todos serviría como plafón para la ya necesaria renovación del plantel italiano. Por supuesto, con Pittis a la cabeza.
A esa altura, Pittis era un jugador de sólido presente a nivel continental, referente absoluto en Milano, incluso operando la capitanía de un equipo de altísima tradición como el lombardo. Sin
embargo, los problemas económicos de los milanistas derivaron en el alejamiento inesperado de su jugador emblema; a mediados de 1993 fue transferido a Benetton Treviso, nada más y nada menos que para ocupar el espacio vacío que dejaba Toni Kukoc, fichado por Chicago Bulls. Contemporáneos y muchas veces vistos como pares por el hecho de ser aleros altos y hacer varias cosas muy bien en la cancha, Pittis se erigió en el jugador franquicia de un elenco que con Kukoc y Vinny del Negro en cancha y con el también croata Petar Skansi en el banco, obtuvo menos de lo que pretendía en los años previos, fundamentalmente en el plano europeo.
En el histórico Palaverde, la Benetton y Pittis disfrutaron de ciertos años de bonanza. Hasta el final de la temporada 1997-1998, la sociedad Treviso-Pittis obtuvo un Scudetto (1997), dos Coppa Italia (1994 y 1995), una Supercopa (1997) y una Copa Saporta (1995). Además, volvió a ser medalla plateada con el seleccionado en 1997, nuevamente ante Yugoslavia, aunque a esa altura ya dividida tras la Guerra de los Balcanes. Sus números a nivel individual fueron similares a los que mantuvo desde su época milanista, con medias cercanas a los 13 puntos por juego, con 5 rebotes por noche. Sin embargo, 1998 sería un año bisagra en todo sentido. A mediados de ese año, sufrió una lesión de gravedad en el tendón de su mano derecha.
Básicamente esa lesión le impedía jugar al básquetbol; cada lanzamiento al cesto era un verdadero calvario debido al intenso dolor. Sin solución aparente, en alguien de casi 30 años como Pittis, el retiro hubiera sido una opción. Pero no para él. Con apenas un mes para el arranque de la temporada, el protagonista de esta historia optó por lo más complicado, pero lo que a la postre sería más gratificante: modificó los hábitos con los cuales había crecido y comenzó a lanzar con su mano izquierda. Por supuesto, esa no era la único cambio que debería concretar; también debería de verse afectada su forma de juego, pasando a ocupar un rol menos activo en ataque pero tal vez mucho más funcional al interés de compañeros y cuerpo técnico.
Si bien nunca fue un tirador nato, sus lanzamientos disminuyeron en cantidad, así como sus porcentajes, especialmente desde la línea de libres (de un regular 63% pasó a un malo 52% de eficacia). No obstante, era una pieza coral en el andamiaje de Zeljko Obradovic, que nunca dejó de considerar a Pittis al margen que éste, por cuestiones lógicas, no fuera exactamente el mismo jugador que supo ser.
Con Obradovic en el banco y con un Pittis aportando en esas pequeñas cosas que todo equipo necesita de sus jugadores de rol, Treviso llegó a la final de la Lega en la temporada 1998-1999. A pesar de vencer en semifinales al candidato de todos, la Fortitudo Bologna, de visitante y por sólo un punto en el quinto y decisivo encuentro, la suerte le fue esquiva ante otro conjunto histórico como Varese, que barrió la final por un lapidario 3-0.
Treviso conoció dos Pittis distintos; el primero, un jugador mucho más contundente en ataque, polifuncional en ese costado del parqué y diferencial a la hora de mirar hacia el cesto, además de un excelente defensor, especialmente sobre el balón. También conoció a aquel que resignado por sus limitaciones físicas, se dedicó a hacer todo lo que hacía falta para ganar; rebotear, asistir, defender, hacer mejores a sus compañeros. Ambas versiones de Riccardo Pittis contaban con el mismo gen: uno muy ganador. El alero lombardo finalizó su carrera en la temporada 2003-2004 con un palmarés que más que muchos envidiarían: 7 Scudettos, 7 Copas de Italia, 3 Supercopas, dos Euroligas, dos Copas Korac, dos versiones de la Copa Saporta y una Copa Intercontinental además de dos medallas plateadas en el Eurobasket y un bronce en el mundial juvenil de Bormio.
Tras su retiro al finalizar la temporada 2003-2004, Riccardo Pittis se dedicó a ser comentarista en Sky Sport. Uno muy bueno por cierto. Y también a volcar su experiencia en distintas charlas y conferencias como coach motivacional. En Treviso armó la segunda parte de su vida; como él mismo dice, se convirtió en alguien “más trevigliano que milanés”. En el inicio de la década pasada fue manager del seleccionado italiano y presidente del Consorcio Universo Treviso, que intentaba mantener al básquetbol en la Lega tras la debacle de Benetton como patrocinador principal del Treviso Basket. Pittis fue el principal impulsor de la propuesta “Treviso, io ci sono” (Treviso, estoy aquí) que buscaba mantener a la ciudad en el escalón más alto del básquetbol profesional. Lamentablemente no logró hacerlo, aunque sí le dio continuidad a la iniciativa formando Treviso Basket SRL, que incluía al Consorcio Universo Treviso además de algunos empresarios de dicha zona. Pittis y su Treviso iniciaron de cero en la quinta categoría del básquetbol italiano, hasta que en junio del año pasado, y tras vencer al Capo D’Orlando en su serie de playoffs, logró el tan ansiado regreso al Pallacanestro.
Quizá no haya sido el más grande alero italiano, ni siquiera el mejor de su generación. Pero si hay algo en lo que Riccardo Pittis ha sido el número uno es en eso de adaptarse a los cambios.
Porque quizá, y tal vez como él mismo se encarga de afirmar, le aterra el permanecer siempre igual.
Javier Juarez | @javierdm101