Aquella final ganada en Munich 1972 con el doble de Alexander Belov tras dos salidas de fondo repetidas por los jueces no sólo cortó un raid triunfal que parecía eterno de parte de los universitarios norteamericanos; también disparó una de las páginas más polémicas de la historia de los Juegos Olímpicos (del básquetbol, por lejos, la más controversial) e incluso justificó una película (“Three Seconds”, estrenada en 2017 y también conocida como “Going Vertical”). Los soviéticos ganaron 5 medallas doradas en competencias globales, además de 7 plateadas y 5 bronces. También se anotan como el país (más allá de ya estar extinto) con más campeonatos europeos con 14 (el último en 1985), además de 3 subcampeonatos y 4 terceros puestos.
En el subconsciente de los aficionados del básquetbol en general, hablar de Unión Soviética es hablar de rusos y lituanos. Sin temor a equivocarse, moscovitas y bálticos han sido grandes responsables de que los distintos seleccionados soviéticos se alzaran con éxitos en todas las competencias internacionales que disputaron a lo largo de su historia afiliada a FIBA, desde el primer Eurobasket en 1947 con su nombre unificado hasta la última competencia disputada bajo esa bandera, el Mundial de 1990 disputado en nuestro país. Nombres como los de los rusos Sergei Belov, el mismo Alexander Belov, Anatoli Myshkin, Sergei Tarakanov, Viktor Pankrashkin, o el de los lituanos Arvydas Sabonis, Modestas Paulauskas, Sarunas Marciulionis, Valderamas Homicius o Rimas Kurtinaitis, han puesto bien en alto el orgullo soviético durante más de 40 años.
Sin embargo, en ese subconsciente basquetbolero, tanto letones como ucranianos no cuentan en líneas generales con la misma consideración. Hoy naciones independientes, han tenido a nivel selecciones un recorrido menos exitoso que las ya mencionadas Rusia y Lituania. No obstante, han sido una usina de enormes jugadores, algunos con un recorrido mucho menos conocido pero de un aporte constante a los distintos selectivos soviéticos en esas poco más de cuatro décadas.
El primer nombre que surge es el del letón Janis Krumins. Considerado como el primer gigante soviético (2,20m de altura) de relevancia, el nacido en Raiskums Parish fue
una figura absolutamente dominante a nivel continental con el ASK Riga (incluyendo tres Copas de Europa) y con su seleccionado; a las tres medallas doradas en hilera a nivel Europeo (desde 1959 a 1963), se le sumaron tres segundos puestos en los Juegos Olímpicos de Melbourne 1956, Roma 1960 y Tokio 1964. Krumins encarnó el perfil de hombre grande para las generaciones venideras; de extrema fortaleza física aunque con una importante lentitud de movimientos, podía resolver muchas situaciones cercanas al canasto debido a su muy amplia ventaja en ese apartado sobre sus rivales. En una época de desarrollo del juego en ciernes, Krumins resultó diferencial tanto en clubes como en su selección, algo muy meritorio para alguien que empezó a jugar al básquetbol ya de adulto, a los 19 años.
Otro referente del ASK Riga y del seleccionado soviético fue Valdis Muiznieks. El exterior letón hizo de su Riga natal su base de operaciones, y defendiendo las camisetas de Dinamo, ASK y VEF de dicha ciudad, se mantuvo en la máxima categoría soviética por 18 años. Es uno de los máximos ganadores de medallas olímpicas, junto con Krumins, que no es de extracción rusa o lituana, con 3 preseas plateadas.
Hay que viajar hasta la década del ’80 para encontrar otro nombre letón destacado en la figura de Igors Miglinieks. De nacimiento deportivo en el VEF Riga, pasó (como todos los prospectos importantes de aquellos años) al CSKA de Moscú a mediados de dicho decenio. Inexplicablemente fue dejado al margen del Mundial de 1986 (al igual que a Sarunas Marciulionis) por el entrenador de turno, Vladimir Obukhov. La revancha le llegó dos años después, en Seúl, para convertirse en el primer letón en lograr una medalla dorada en básquetbol en un Juego Olímpico.
Quien sí formó parte del plantel soviético de 1986 fue Valdis Valters. Hoy convertido en entrenador, Valters fue un fijo en los seleccionados de la URSS durante la década del ’80, aunque pagó el precio de la vuelta de Marciulionis al seleccionado para los Juegos de Seúl 1988. La calidad de Valters, especialmente en los momentos calientes del juego, fue siempre ponderada, y el ejemplo más claro es el de las semifinales del Mundial de España ante una Yugoslavia que tenía casi sellado su acceso a la final. Valters dejó una importante huella en este deporte, a punto tal de tener su lugar en el Salón de la Fama de FIBA.
Por último, sería poco aconsejable omitir a Gundars Vetra. Formó parte de los últimos dos seleccionados soviéticos: jugó en el Eurobasket de Zagreb en 1989 y en el Mundial de Argentina del año siguiente, siendo medallista (bronce y plata respectivamente) en ambas citas. Tras representar a la CEI (Comunidad de Estados Independientes) en Barcelona ’92, se convirtió en el primer letón en jugar en la NBA. Minnesota Timberwolves lo tuvo entre sus filas con una aparición casi testimonial en 13 juegos y 6,8 minutos por partido en la temporada 1992-1993.
Ucrania también posee una historia de aporte de elementos a la selección soviética. Quizá no sea enormemente numerosa, pero sí muy importante, especialmente por algunos jugadores icónicos en las dos últimas décadas de historia del representativo rojo. Si bien la primera aparición importante es la de Albert Valtin (subcampeón olímpico en 1960), acompañada tres años más tarde por la de Vadym Hladun (campeón de Europa y bronce en el Mundial, ambos en 1963), la irrupción de Vladimir Tkachenko marca un antes y un después. El gigante nacido en Sochi, si bien podría ser considerado ruso dada la actual ubicación de dicha ciudad, fue el primer ucraniano destacado que hizo mella en el básquetbol internacional.
Dueño de un físico exuberante (2,20m) y una dureza similar a la de Krumins a la hora de fajarse debajo del aro, Tkachenko aún así era famoso por su caballerosidad dentro del campo de juego.
Su debut en las grandes citas fue en los Juegos Olímpicos de Montreal, en 1976, aunque ya contó con mayor preponderancia en el Mundial de Manila dos años más tarde, cuando Yugoslavia se quedó con la final ante la URSS tras un partido lleno de emoción definido en tiempo extra. Fue campeón del mundo en Cali 1982 (victoria ante USA incluída), participó del Mundial de España cuatro años más tarde y cerró su ciclo a nivel selecciones con el subcampeonato de Europa de 1987 frente a la Grecia de Gallis, Giannakis y Fassoulas. Personaje de culto, en España incluso (único lugar donde jugó fuera de la URSS; concretamente en el CB Guadalajara) es habitual llamar a los chicos muy altos “Tkachenko”.
Sobre el final de la carrera de Tkachenko en el seleccionado, surgió la figura de Alexander Volkov. Un adelantado a su época; un alero de 2,07m que podía driblear, lanzar de tres puntos, rebotear, defender tanto a internos como a externos, correr el contragolpe, definir en contacto, entre otras cosas. Volkov fue top en su posición y eso le valió ser, además de subcampeón mundial en España y Argentina, convertirse en el primer ucraniano en llegar a la NBA de la mano de Atlanta Hawks (149 juegos en total en dos temporadas). Su carrera en el seleccionado soviético fue coronada con la medalla dorada en Seúl 1988. Hoy Volkov es presidente de la Federación de básquetbol de Ucrania, tras haber sido ministro de deportes de su país en 1999 y 2000.
Por último, Alexander Belostenny merece unas líneas. Opacado por la presencia interior de Arvydas Sabonis y su coterráneo Tkachenko, fue un habitual de las convocatorias soviéticas por 15 años de manera casi ininterrumpida. Centro rendidor, tal vez con pocas herramientas ofensivas pero un jugador de rol hecho y derecho (rebotes, defensa e intimidación como armas más destacadas), el nacido en Odesa aparece en las fotos de casi todos los planteles de la Unión Soviética a partir de 1977 con el Eurobasket de 1987 como lunar; campeón olímpico en 1988 y bronce en 1980, campeón mundial en 1982 y subcampeón en 1978, 1986 y 1990, monarca europeo en 1979, 1981 y 1985 además de otras tres medallas continentales. Un ganador nato, y posiblemente el sinónimo de lo que significó para la Unión Soviética contar con un jugador de rol de garantías probadas.
Y taza taza, cada uno a su casa…
La firma del Tratado de Belavezha en diciembre de 1991 determinó el inicio de la disolución de la Unión Soviética como nación unificada. Basquetbolísticamente hablando, y casi en paralelo con lo que ocurrió con la República Federal de Yugoslavia, el desmembramiento de la vieja nación en 15 nuevos-viejos países impactó de lleno en el mapa de FIBA; una nación dominante por más de 40 años a nivel mundial dejaba de existir para darle paso a nuevas selecciones que deberían acomodarse en una nueva realidad deportiva. Tanta nueva nación no sólo dejaría atrás los éxitos casi garantizados de los Yugoslavia y URSS de turno, también le abriría el juego a otros representativos que, ante dichas naciones, en la mayoría de los casos sólo podían apostar a una medalla de bronce tanto a nivel continental como mundial como mayor logro posible.
A la ya conocida historia de Lituania en los JJOO de Barcelona (que incluso disparó el bonito aunque quizá tendencioso documental “The Other Dream Team”), le siguió el subcampeonato europeo de Rusia en 1993, quien no pudo llevarse el gato al agua cayendo con el local Alemania conducido por Svetislav Pesic en el cierre gracias a un doble y falta del ex NBA Christian Welp. Fue justamente en ese Eurobasket donde se vio la primera apertura hacia nuevos seleccionados: además de Rusia, participaron Letonia y Estonia, mientras que el desprendimiento de Yugoslavia se representaba mediante Croacia, Eslovenia y la milagrosa Bosnia (historia que se cuenta en el documental “The Long Shot”, aún a estrenarse a nivel mundial).
Letonia mostró poco, no obstante finalizó en un decoroso décimo lugar. No contaba con jugadores destacados a nivel mundial, aunque sí incluía a un nombre emblemático en su pasado reciente: Ainars Bagatskis participó allí como jugador y asumió como seleccionador nacional en 2011, finalizando su ciclo con el Europeo de 2017, cuya fase final se disputó en Estambul.
Ucrania como nación independiente no ha tenido el mismo impacto; su primera participación ecuménica se dio recién en el Mundial de España 2014, mientras que a nivel continental no debutó sino hasta 1997 en Cataluña, finalizando en el puesto 13 (su mejor posición histórica) y venciendo a Letonia en la reclasificación, ya sin chances de jugar por medalla.
A 29 años del fin de la Unión Soviética, las realidades son bien distintas para ambos países. Letonia se mantiene expectante debido a la fulgurante aparición de uno de esos rara avis del básquetbol internacional: Kristaps Porzingis. El nativo de Liepaja, de 2,21m y compañero de Marcos Mata en el Sevilla de Liga ACB en la temporada 2013-2014, reencarna el básquetbol total: altura, potencia, altísimo rango de tiro y acierto, puede jugar sin esfuerzo aparente en tres de las cinco posiciones. Por supuesto que las ilusiones de los letones no descansan sólo en Porzingis; Rodions y Arturs Kurucs son el futuro, así como el base del Joventut, Arturs Zagars, de depurado talento. Además, cuentan con la altura de Anžejs Pasečņiks (Washington Wizards), la versatilidad del siempre rendidor Janis Timma, la experiencia en la conducción de Janis Strelniecks, la puntería de los hermanos Bertans y los intangibles de Roland Smits. Todos ellos han tenido o tienen participación importante en franquicias de la NBA o bien en equipos top de Europa.
A diferencia de sus vecinos, los ucranianos no cuentan con una figura estelar de peso, pero sí muchos jugadores en equipos importantes del viejo continente e incluso en la NBA, como el todo terreno Sviatoslav Mykhailiuk, parte de Detroit Pistons, Artem Pustovyi, actualmente en Barcelona, o Viacheslav Kravtsov, de pasado también en los Pistons y en Phoenix Suns hace ya seis años y con pasado reciente en Liga Endesa española.
Letonia y Ucrania; dos naciones que individualmente no han alcanzad Liga Endesa o la notoriedad ni las luces de rusos y lituanos, pero que sin dudas le han aportado y mucho al básquetbol internacional. Queda por descubrir si, a futuro, ambas selecciones (especialmente los letones) pueden subir un peldaño y escribir, de forma distinta y novedosa, su propia historia de éxitos, la cual hasta ahora sólo se escribe en letras de molde gracias a algunos de sus jugadores más emblemáticos del pasado.
Nota: Javier Juarez | @javierdm101