La página oficial de la Liga ACB de España escribió una nota sobre la importancia del base argentino Luca Vildoza en Baskonia. El análisis de su carrera acompañado de videos y declaraciones de quienes lo conocen.
«Nosotros lo sufrimos y el resto lo disfruta«, confiesa Campazzo. «Los que no lo vieron jugar entre los 8 y los 15 años no saben lo que se perdieron«, dijo su padre. El talento precoz, la elegancia constante, el camino de un Vildoza que soñaba con entrar en la historia baskonista y que hoy es mucho más que ilusión.
¡Olé, olé, olé… Luca… Luca!» Tres mil personas corean su nombre al unísono mientras Vildoza llora abrazado a su abuela Angélica, la del pañuelo rojo, la que puso un balón en su mano cuando se levantó de la cuna.
En ese momento, el nacido en Buenos Aires empezó a recordar, poniendo al principio imágenes a recuerdos que él ni siquiera vivió. Su abuelo presidiendo el Club Kimberley, su padre conquistando el título argentino con el Peñarol del Ché García con 27 puntos y 7 triples en el partido final, su pelo largo y rizado con el que se presentó en Quilmes Mar del Plata. Su cinta en la cabeza, su magia.
De niño era tan bueno como individualista. No la pasaba ni por error. Sin embargo, ese chico llevaba en sí algo especial. Siempre leyendo la jugada antes que nadie, anticipándose en la acción al rival. Elegancia sin mesura, su padre, el «Palito Vildoza» le repetía una y otra vez que tenía algo diferente y él se lo tomó tan serio que quiso convertir su pasión en su futuro.
Le llevaban al equipo Sub13 siendo todavía mini (¡mini!) y pese a no poder jugar con el reglamento en la mano, el chico fue adquiriendo experiencia y descaro, que pronto le permitirían alcanzar la Sub17 y la Sub19 antes del sueño de la absoluta, ya en 2014. Cada partido, un espectáculo, algo muy difícil de ver en un niño o un adolescente de su edad.
Con Europa sorprendida hoy por su explosión, en Argentina nadie se sorprende. Un fenómeno parecido ocurrió años atrás, cuando el propio país argentino era el impactado. En ese instante, los únicos que ni se inmutaron fueron los padres de los compañeros de Vildoza en categorías inferiores. Simplemente, ellos ya habían visto eso antes. «Siempre digo lo mismo: los que no lo vieron jugar entre los 8 años y los 15 no saben lo que se perdieron», aseguró en su estreno liguero su progenitor.
El reloj se puso en marcha y las manijas empezaron a girar muy rápido. En 2012, con solo 16 años, debutaba en Liga Nacional, en un año duro para su equipo, que acabó descendiendo. Ya con 17, era titular y líder del ascenso de Quilmes, con 13 puntos por partido y el básquetbol de su país en sus manos.
Entonces, el reloj paró. En la pretemporada de la 2013-14, cuando tras una mala caída en un amistoso contra Lanús, acabó con una fractura expuesta de cúbito y radio. Difícil de soportar para alguien que venía de romperse un año antes ambas muñecas, que de pequeño sufría dolores constante de espalda y que, por romperse, hasta se rompió un dedo en la playa. Dos fracturas por estrés completan su historial. Difícil no pensar en dejarlo. En mitad de tanto dolor, resultaba tentador.
Luca siguió con la cabeza alta, casi tanto como su juego, convirtiéndose en la estrella del conjunto, creciendo y haciendo crecer a sus compañeros desde su retorno. En 2015, en una inolvidable serie contra Obras resuelta en el quinto, con dos prórrogas, se confirmó como mucho más que una promesa de futuro. Había llevado a su club, como capitán, a una dimensión internacional, mientras los primeros rumores de su llegada a Europa empezaban a oírse.
¿Manresa, Fuenlabrada, Zaragoza? En agosto de 2016 se resolvió la incógnita, justo el día de su cumpleaños. El presidente Pablo Zabala, aquel que dijo que no recordaba cuánto tiempo hacía que no salía del país un jugador que levantase de esa forma al público de su asiento, le llamó a las dos de la tarde. «Te tenemos un año más con nosotros», aseguraba, antes de soltar el bombazo: «Pero te acabamos de vender al Baskonia». Como si nada.
Le acababa de cambiar la vida a Luca, que en las negociaciones ya había dejado claras dos cosas: su sueño, por encima de cualquier cosa, de jugar en el Baskonia y no en otro equipo y, por otro lado, su intención de quedarse un año más en Argentina para llegar a la Liga Endesa preparado. «Solo soy el pibe que metió un par de goles lindos. Ahora quiero sobresalir y ser un tipo que pueda jugar en ACB, dejar de ser el pibe de Quilmes y convertirme en uno de los dominadores de la Liga».
«Desde muy chico le dije a mi viejo que quería jugar en Euroliga. No le dije NBA, sino Euroliga. El tiempo dirá si estoy al nivel de la historia del Baskonia, pero ese es mi deseo», añadió, al mismo tiempo que apuntaba las indicaciones del club vitoriano, que le aconsejaban horas y horas de gimnasio para llegar preparado físicamente a su nuevo reto.
No fue un camino de rosas las 2016-17, la última en Argentina, con la cabeza viajando más de una vez a Vitoria y la ansiedad acechando. «Cada vez que tenía un partido malo, pensaba qué jugando así en el Baskonia me iría al banco», confesó entonces a su psicólogo deportivo, clave para superar sus bajones tras cada mal partido.
Su talento salió a flote, como cuando su Quilmes estaba contra las cuerdas contra Bahía Blanca en cuartos de final (1-2) y él respondió con 39 tantos y 7 triples. Hasta semifinales llegó su camino, dejando una media de 17 puntos, 4 rebotes y 4 asistencias antes de su emocionado adiós en junio.
«Quizá necesite un poquito de adaptación, pero la idea es que esté con nosotros», aseguró en verano Prigioni, enamorado de la ambición de un jugador que, nada más aterrizar en Vitoria, lo tenía ya muy claro: «Vengo a ganarme el puesto. Tengo claro que en España, si pierdo dos o tres pelotas, voy a ir al banco, aunque voy a llevar mi estilo a donde sea que juegue».
No fue sencillo para una persona tan perfeccionista y familiar la nueva etapa. Primero, al estar por primera vez fuera de casa. Segundo por pasar de ser la estrella a uno de los últimos recambios del banco, tanto con Prigioni como en los primeros meses de Pedro Martínez. Hasta la Jornada 25, únicamente había jugado 16 partidos -uno solo con 20 minutos o más-, con un global de 37 de valoración y un pobre 2/18 en triples, si bien los destellos intermitentes se convertían en constante.
En enero, en una entrevista en la web de la CABB, tenía claro el no bajar los brazos ahora, como si el camino ya estuviera marcado: «Siempre fui desde atrás. Cuando apenas comenzó la Liga era el que no jugaba nada, y así siguió. Hay que estar preparado y trabajar para demostrar que puedo jugar más minutos. Tengo que volver a ponerme el chip de ese Luca, y cuando me llegue el momento y la oportunidad voy a poder demostrar un poquito más».
El día llegó precisamente contra el rival de este Playoff Final, un Real Madrid que en Liga Regular se frotaba los ojos ante su exhibición, con 22 puntos, 4 asistencias, 4 triples y 29 de valoración el pasado mes de mayo, como si quisiera avisar de la tormenta que se avecinaba.
Y vinieron los 18 puntos en 19 minutos contra San Pablo Burgos (21 de valoración y 5/5 en triples) o los 20 con 28 de valoración frente al Monbus Obradoiro para cerrar la regular. Unicaja le sufrió en cuartos de final (10 tantos y 6 asistencias en solo 16 minutos), al igual que un Barça Lassa que, en el partido decisivo, recibió 11 puntos (13 val) del bonaerense.
Sin embargo, lo mejor lo dejó para la gran cita, para el Playoff Final frente al equipo que encendió la mecha. Contra el Real Madrid, Luca todavía no ha bajado de los dobles dífitos en valoración: 18, 10 y 14. 11 puntos por encuentro, 4 asistencias, conexiones imposibles con Poirier, penetraciones elegantes, bandejas que caen con hielo, triples vitales y una sangre fría total (15/16) en el tiro libre.
«Me pone muy contento ver cómo está jugando. Ya lo venía sufriendo desde pequeño, tiene muchísimo talento y su techo se lo pone bien arribo. Nosotros lo sufrimos y el resto lo disfruta», confesó Campazzo con risa nerviosa, consciente de que la pizarra de Laso echó humo para frenarle, recurriendo a la defensa de Taylor en la segunda parte del tercer encuentro para contener la hemorragia. «Es un jugador clave para ellos, nos hizo mucho daño en la primera mitad y Laso me pidió que se lo pusiera más difícil», confesaba Jeff.
Ahora, solo dos posibilidades asomaban en el horizonte para el argentino. O quinto o celebración blanca, algo que no contempla. «Tenemos una revancha, en casa no queremos perder. Nos queda lo mismo que antes del domingo, dos partidos por ganar, y estamos concentrados en ello, empezando por el del martes que es todo o nada. Tenemos que tener la cabeza arriba, sabemos dónde estamos, lo que luchamos y tenemos que estar orgullosos más allá del resultado».
«Sin duda, yo estoy disfrutando por mi parte de jugar mi primera final de Liga Endesa y el equipo me ayuda a que yo lo pueda hacer», explica Vildoza, antes de añadir el porqué de su cambio, el porqué de su revolución que le llevó de ese 2/18 en sus 20 primeros triples a anotar 31 de los 57 siguientes (54%). «En todo momento estuve positivo, la gente me ayudaba y no me daban ganas de irme. Estábamos trabajando mucho, con Pedro entrenábamos todos los días como si fuera un partido».
«Enfrentarme todo el año a Jayson y a Marce me hizo mejorar a mí. Después circunstancias como las lesiones, me dieron la oportunidad y Pedro me dio la confianza. Eso me tiene muy contento». A su afición… aún más. El disfrute es colectivo.
Fotos y nota: ACB.com